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domingo, 8 de noviembre de 2020

El sabor de lo que el pulpo palpa


 

En ocasiones, me he quejado de que la investigación en ciencias de la vida está excesivamente sesgada hacia el objetivo de curar enfermedades o prevenirlas. Aunque este objetivo es muy loable, no es el único que debe perseguir la investigación científica. A fin de cuentas, nadie pide que la investigación sobre el origen del sistema solar o los agujeros negros acabe por ayudar a conseguir una vacuna contra la COVID-19. Sin embargo, y afortunadamente, esas investigaciones continúan haciéndose.

Por ello, me alegro de que, de vez en cuando, trabajos de investigación que no tienen otro objetivo que comprender mejor el ámbito de la vida sean publicados en revistas prestigiosas. Es el caso que deseo explicar hoy aquí y que atañe a una investigación que estudia en profundidad cómo los pulpos exploran y detectan el medio marino en el que viven, gracias a las ventosas de sus tentáculos.

Como sabemos, los animales, a medida que evolucionan, van adquiriendo adaptaciones que les permiten vivir cada vez con mayores probabilidades de supervivencia en el nicho ecológico al que la evolución conjunta de los seres vivos, poco a poco, les conduce a ocupar a cada uno. Así, de un ancestro común han ido divergiendo y generándose las distintas especies de animales marinos. Unas se han adaptado para poder nadar libremente en los océanos, mientras otras han sido obligadas a adaptarse a los fondos marinos. Es el caso del pulpo, que, aunque puede nadar cortas distancias, prefiere desplazarse por el fondo del mar moviendo sus tentáculos.

El pulpo es uno de los animales invertebrados más inteligentes. Posee un amplio sistema nervioso, gran parte del cual está distribuido por sus ocho tentáculos. Cada uno de estos posee un nervio central que se ramifica hacia las ventosas, cada una de las cuales posee un ganglio nervioso dedicado a su control. Por supuesto, el sistema nervioso controla y posibilita, al mismo tiempo, el comportamiento de este animal. Este se caracteriza sobre todo por una intensa y voraz búsqueda de alimento. Los tentáculos permiten al pulpo explorar su medio ambiente de una forma inaccesible para animales que carecen de ellos. Esto les confiere una importante ventaja para obtener alimento en el nicho que ocupan.

De hecho, las ventosas de los tentáculos proporcionan al pulpo mucho más que un medio de locomoción y de captura de sus presas. Es conocido que las ventosas, además del sentido del tacto, poseen también la capacidad de “saborear” lo que el pulpo palpa. Sin duda, más de uno querría tener esta capacidad en la punta de los dedos, o en la palma de las manos. Darnos la mano, ese comportamiento que la pandemia ha relegado quizá para siempre, nos proporcionaría información sobre “a qué sabe” el otro. Sería interesante, ¿verdad?

Pero volvamos a los ganglios nerviosos de cada una de las ventosas de los tentáculos del pulpo. Estos ganglios funcionan como una especie de pequeño cerebro dedicado al control autónomo de cada ventosa. Los ganglios procesan información que les es comunicada desde la superficie de la ventosa, de acuerdo con lo que esta pueda estar tocando en cada momento.

 

Dos funciones

Desde hace mucho tiempo es conocido que los bordes de las ventosas poseen células receptoras similares a las de otros animales. Estas células deben poseer moléculas detectoras que captan información tanto de las propiedades mecánicas de las superficies, como de su composición química.

Esto último es interesante, porque la composición química de las sustancias olorosas es diferente en el agua que en el aire. La idea más aceptada es que los animales acuáticos detectan sustancias solubles en agua que son arrastradas por las corrientes. Los animales terrestres, en cambio, detectan sustancias volátiles, poco solubles en agua, capaces de ser transportadas por el aire. Esta diferencia de propiedades químicas obligó a los animales que se adaptaron desde la vida marina a la vida terrestre a adaptar también su sentido del olfato para pasar de detectar principalmente sustancias solubles a detectar sustancias que no se disuelven en agua.

Sin embargo, esta idea no parece ser totalmente cierta, ya que algunos animales marinos sí son capaces de detectar sustancias que no se disuelven en agua y que, por esa razón, se encuentran adheridas a las superficies de los océanos y mares. Por ejemplo, los moluscos producen una serie de sustancias insolubles, de naturaleza aceitosa, llamadas terpenoides, que se dispersarían por las superficies en lugar de ser arrastrados por el agua. Los terpenoides son una de las clases de moléculas orgánicas más abundantes de la naturaleza y son producidos por muchos animales como medio de defensa, ya que muchos de ellos son tóxicos.

Investigadores de la Universidad de Harvard, en EE. UU., deciden estudiar con detalle las células detectoras situadas en los bordes de las ventosas de una especie de pulpo con el curioso nombre de pulpo de California de las dos manchas (Octopus bimaculoides). Este animal reacciona de manera diferente según la superficie que se le presenta para explorar contenga terpenoides adheridos a ella o no.

Los investigadores encuentran que, como era de esperar, las células receptoras de las ventosas poseen moléculas en su superficie capaces de detectar terpenoides y sustancias relacionadas, lo que sugiere que el animal puede evitar capturar presas que resulten tóxicas. Sin embargo, en sus estudios, encuentran también que esas mismas moléculas en la superficie de las células son igualmente capaces de captar, al mismo tiempo, información sobre las propiedades mecánicas de las superficies a las que las ventosas se adhieren. Estas moléculas receptoras captan tanto información táctil como información olfativa o gustativa.

Este tipo de moléculas doblemente receptoras no había sido identificado antes en ningún otro animal, por lo que este descubrimiento es importante. Este permite ahora plantear otras interesantes cuestiones, entre ellas si sepias y calamares, animales con tentáculos, pero capaces de flotar y nadar, cuentan también con estas moléculas receptoras dobles o si, por el contrario, estas suponen una adaptación particular del pulpo, debido a su modo de vida. Interesantes preguntas cuya respuesta probablemente añadirá interesante conocimiento para avanzar en la comprensión de los mecanismos de la evolución de las especies, incluida la nuestra.

Referencia: van Giesen et al., Molecular Basis of Chemotactile Sensation in Octopus, Cell (2020), https://doi.org/10.1016/j.cell.2020.09.008

Jorge Laborda, 8 de noviembre de 2020


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