El bisfenol A modifica químicamente algunos
genes importantes
Desde hace varios años, la comunidad médica
y científica debate sobre si el llamado bisfenol A (BFA) es tóxico para el ser
humano. Esta sustancia nos ha acompañado desde 1891, cuando fue producida por
primera vez por el químico ruso Alexandr Dianin, haciendo reaccionar acetona
con fenol.
Inicialmente el BFA no suscitó demasiadas
emociones, pero al principio de los años 30 del siglo pasado, justo cuando el
mundo sufría otra terrible crisis económica, un químico, británico esta vez,
descubrió que el BFA poseía propiedades estrogénicas. Por esta razón, se
comenzó a fabricar y utilizar esta sustancia con dos objetivos fundamentales:
engorde de vacas y pollos y como sustituto de estrógenos para las mujeres (de
las que desconozco si también engordaba como a vacas).
¿ÚTIL, PERO TÓXICO?
Afortunadamente, el BFA pronto dejó de
usarse como sustituto estrogénico, al ser sustituido por otras sustancias más
eficaces. Esta sustancia cayó en desuso hasta que, en la década de los años 50,
se descubrió que podía ser usada para fabricar policarbonato –el plástico de muchas
botellas de agua mineral y vasos transparentes– y resinas epoxi –que se usan
como pegamento–.
Las propiedades del policarbonato pronto fueron
apreciadas para fabricar muchas otras cosas, que incluyen equipamiento
deportivo, instrumental médico y dental, CDs y DVDs, y papel térmico para las
impresoras como, por ejemplo, algunas que imprimen los recibos de nuestras compras
en los comercios. En la actualidad se utilizan 3,6 millones de toneladas de BFA
cada año para manufacturar estos y otros productos. Evidentemente, con este grado
de producción todos estamos expuestos a un mayor o menor nivel de BFA, sin que
seamos conscientes de ello. De hecho, estos niveles parecen estar aumentando,
ya que los niños muestran mayores niveles de BFA en la orina que los adultos.
Se han llevado a cabo varios estudios
para intentar averiguar si, debido a su acción hormonal estrogénica, la
exposición a esta sustancia podría causar problemas de salud. En uno de ellos,
mayores niveles de BFA en la orina se han visto asociados a problemas de
comportamiento en niñas menores de cuatro años de edad. Igualmente, los niveles
de BFA en la orina se han visto asociados al desarrollo de obesidad en un
amplio estudio realizado en China. Asociación no significa causalidad, pero los
datos son preocupantes.
La preocupación aumenta cuando analizamos
lo que nos revelan estudios adicionales. La exposición de animales de
laboratorio durante su infancia a dosis de BFA similares a las que podemos
estar expuestos cada día causan una diversidad de anomalías, entre las que se
encuentra una disminución de la fertilidad y de la fecundidad de las hembras.
Por otra parte, también se han descrito anomalías en el sistema inmune y en el
desarrollo cerebral.
TOXICIDAD Y GENES
El proceso por el cual el BFA ejerce
todos estos efectos no se conoce bien. Además de su acción hormonal, es
posible que esta sustancia pueda actuar de otras formas. De hecho, su estructura
y reactividad sugieren que podría modificar químicamente a algunos genes. Esto
no afectaría a la genética, es decir, a la información contenida en los genes,
pero sí afectaría a la epigenética, o sea, a las modificaciones químicas que
modulan su funcionamiento. ¿Es esto posible?
Para averiguarlo, investigadores de
varias universidades estadounidenses han enfocado sus esfuerzos en el estudio
del gen Kcc2. Este gen produce una proteína que se localiza en la membrana de
las neuronas y controla el paso de iones (átomos con carga eléctrica) de cloro
a través de la misma. El paso correcto de iones entre las dos caras de la
membrana neuronal es fundamental para controlar la actividad de las neuronas y
la manera en que estas responden a las señales que reciben. El gen Kcc2 se
encarga de mantener una baja concentración de iones cloro en el interior de las
neuronas adultas, lo cual es muy importante para protegerlas de una sobre
excitación.
Sin embargo, durante el desarrollo
embrionario, el gen Kcc2 no funciona y las neuronas contienen elevadas
concentraciones de iones cloro, necesarias para su correcto posicionamiento en
el cerebro en formación y para el establecimiento de conexiones adecuadas entre
ellas. Tras el nacimiento, el gen Kcc2 aumenta su funcionamiento y comienza a
extraer iones cloro del interior de las neuronas, en un proceso llamado intercambio de cloro. Este proceso es
fundamental para asegurar el buen funcionamiento del cerebro tras el
nacimiento, precisamente cuando más necesitamos comenzar a usarlo.
En sus estudios, publicados en la revista
Proceedings, los investigadores
demuestran que la exposición de neuronas jóvenes de ratón, de rata, o humanas a
BFA causa una disminución significativa del funcionamiento del gen Kcc2, lo que
afecta la cantidad de iones cloro en su interior. Los investigadores demuestran
que esta disminución se debe a una modificación química de las regiones del ADN
que controlan el funcionamiento de este gen. Curiosamente, este efecto es más
pronunciado en neuronas procedentes de hembras, lo que tal vez tenga que ver
con la acción estrogénica del BFA, que puede afectar a este nuevo proceso
químico.
Algunos países, como Canadá, han
declarado al BFA sustancia tóxica y han prohibido su uso. Es de esperar
que estos nuevos datos ayuden a que otros países, entre ellos los de la Unión
Europea, tomen una decisión similar, si se lo permiten los intereses
comerciales que probablemente dificultan las decisiones que deben tomarse para
proteger la salud de la ciudadanía.
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