Cinco
genes condicionan nuestra fisionomía
Si hay algo indisolublemente ligado a
nuestra identidad, es nuestro rostro. El rostro es lo primero que, tras
levantarnos, nos miramos al espejo para comprobar que seguimos siendo los
mismos que antes de acostarnos. Sin duda, la sorpresa sería mayúscula si,
durante la noche, hubiera cambiado. Aunque el rostro cambia con el tiempo, y no
solemos ser hoy tan bien parecidos o atractivas como hace unos años, no cambia
de la noche a la mañana.
Nuestro rostro es nuestro, pero no
completamente. Si tenemos un hermano o hermana gemela, su rostro y el nuestro
serán muy similares, prácticamente idénticos. El parecido con los hermanos
carnales suele ser también importante, así como con nuestros padres o primos.
Estos hechos, conocidos desde los albores de la Humanidad, confirman que el aspecto
de nuestros rostros debe estar necesariamente condicionado por nuestros genes.
Si identificar genes asociados con
características discretas, como el color del pelo o de los ojos, es hoy relativamente
sencillo, identificar qué genes son los que condicionan la apariencia de
nuestros rostros es bastante más complicado. No obstante, lograrlo, además de
su interés puramente científico, es decir, de su interés humano, podría
permitir averiguar, por ejemplo, cómo es el rostro del sospechoso para el que
no hay testigos, pero que ha dejado restos de su ADN en la escena del crimen.
Un grupo de investigadores holandeses
aceptó este desafío y ha conseguido identificar los primeros genes que dan
forma a nuestros rostros. Su trabajo ha sido recientemente publicado en la
revista PLOS genetics.
ROSTROS Y NÚMEROS
Una de las dificultades que los
investigadores debieron superar es cómo definimos un rostro a partir de
características que podamos medir. Si podemos determinar el color de los ojos
fácilmente, no contamos con parámetros tan evidentes para determinar la forma
de los rostros. Por esta razón, lo primero que los investigadores debieron
hacer no tuvo nada que ver con la genética, sino con la topología.
Los científicos analizaron imágenes
tridimensionales de cientos de rostros, obtenidas por resonancia magnética, e
intentaron analizar qué parámetros podían distinguir unos rostros de otros con
mayor precisión. Entre ellos, se pueden considerar, por ejemplo, la anchura de
la nariz, la distancia entre la punta de la barbilla y el inicio de las cejas,
o la distancia entre los ojos.
Los investigadores identificaron nueve
parámetros capaces de distinguir los rostros. Estos parámetros numéricos
consiguieron lo que ya consigue cualquier carnet: reducir nuestra identidad a un
número, aunque en este caso cada rostro fue reducido a un conjunto de nueve
números.
Tras definir los rostros de esta forma tan
impersonal, los investigadores analizaron los genomas de miles de personas, de
ascendencia europea, clasificadas en cinco grupos genéticamente relacionados,
como los mediterráneos, anglosajones, nórdicos… los cuales poseen rostros de características
morfológicas similares. Cada grupo contenía entre 545 y 2.470 personas.
MICROCHIPS DE ADN
El análisis de los genomas de tan elevado
número de individuos es hoy posible gracias a las nuevas tecnologías de bioquímica
y biología molecular. En este caso, no es necesario secuenciar los genomas de
cada uno de los voluntarios y buscar las diferencias en su ADN, sino analizar
variantes génicas en miles de genes mediante la tecnología de microchips de
ADN. Cada microchip contiene unidas a su superficie secuencias cortas de ADN,
sintetizadas químicamente, que corresponden no solo a los genes del genoma
humano, sino a las variantes de dichos genes en la población. Las variantes
génicas presentes en el microchip son capaces de identificar las variantes
génicas presentes en cada persona.
Los investigadores analizaron si algunas
de las variantes génicas de los grupos de voluntarios estaban asociadas con, al
menos, alguno de los nueve parámetros a los que habían reducido cada uno de los
rostros. De esta manera identificaron cinco genes cuyas variantes estaban
fuertemente asociadas con la fisionomía. Estos cinco genes se conocen con los
bonitos nombres de PRDM16, PAX3, TP63, C5orf50, y COL17A1.
Los tres primeros genes pertenecen a la
familia de los factores de transcripción, es decir, a genes que regulan el
funcionamiento de otros genes, los cuales son los que realmente ejercen los
efectos sobre las células y tejidos. Esto implica que existen muchos más genes,
cuyo funcionamiento es regulado por esos tres, que juntos determinan las
características de cada rostro.
Los últimos dos genes, sin embargo, no
son factores de transcripción. C5orf50 es un gen cuya proteína se localiza en
la membrana de las células y que puede tener que ver con la comunicación molecular
entre ellas, lo cual es sin duda importante en la organización de los tejidos
que dan forma al rostro. Por último, COL17A1 es el gen que produce un
constituyente muy importante del colágeno, proteína fundamental de la piel y de
otros tejidos, la cual supone nada menos que entre el 25% y 35% del total de
las proteínas de nuestro cuerpo.
Poco a poco, se irán identificando nuevos genes
que participan en la belleza o fealdad de los rostros humanos, en su carácter o
en su expresividad. Quizá en el futuro esta información sea utilizada, además
de con fines forenses, con fines cosméticos y nos permita mantener un aspecto juvenil
a lo largo de la vida.
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