Algunas bacterias viven en el interior de nuestras células
Como sabemos, el sistema inmune es
fundamental para nuestra salud, al protegernos del ataque de virus, bacterias,
hongos, gusanos y otros parásitos. En las últimas décadas es mucho lo que se ha
aprendido sobre el funcionamiento de este sistema crucial, lo cual ha
permitido, entre otras cosas, desarrollar vacunas eficaces contra un buen
número de enfermedades, que han salvado millones de vidas. Igualmente, la
manipulación del sistema inmune por medios farmacológicos hace posible el éxito
de los trasplantes de órganos ya que, sin esta manipulación, todos los órganos
trasplantados serían rechazados, con muy pocas excepciones. Las investigaciones
en células madre con la intención de regenerar órganos dañados persigue
conseguir reemplazarlos con nuestras propias células, de manera que no se produzca
rechazo ni sea necesario el uso de fármacos inmunosupresores, que siempre
pueden causarnos problemas, ya que también nos hacen más susceptibles a las
infecciones.
Sin embargo, a pesar de todos los avances
realizados, el sistema inmune todavía guarda importantes secretos que, poco a
poco, son desvelados por la investigación científica. Uno de ellos lo ha sido
recientemente, y lo que hemos aprendido al revelarlo resulta sorprendente y
puede resultar muy útil.
LINFOCITOS MAIT
Una clase fundamental de células inmunes
la constituyen los linfocitos de la sangre, de los que existen dos tipos
principales: los linfocitos B y los T. Los linfocitos B son los encargados de
la producción de anticuerpos y su secreción a la sangre, mientras que los T,
con mucho los más numerosos, se encargan de ayudar a los linfocitos B en sus
funciones y también de detectar células que han sido infectadas o se han
encontrado con una sustancia extraña. Igualmente, los linfocitos T son los
responsables de las reacciones de rechazo ante un trasplante.
Sin embargo, hasta hoy, se desconocía de
qué manera desempeñaban su función nada menos que un 10% de los linfocitos T
que pertenecen, es cierto, a una clase algo particular de linfocitos. Estos
linfocitos particulares, descubiertos solo en 2003, son muy numerosos en el
intestino, el pulmón y el hígado, y por estar asociados a tejidos mucosos, se
les denomina linfocitos MAIT, por sus siglas en inglés.
Una curiosidad interesante de estos
linfocitos es que solo se producen en el caso de poseer flora intestinal.
Animales de laboratorio criados en condiciones de ausencia total de bacterias y
que, por consiguiente, carecen de flora intestinal, no desarrollan linfocitos
MAIT. Esta observación ya indicó que los linfocitos MAIT probablemente tenían
algo que ver en la lucha contra las bacterias.
En 2010, se descubrió, en efecto, que los
linfocitos MAIT detectaban a células infectadas por bacterias. Algunas
bacterias son capaces de vivir en el interior de nuestras células, al menos de
algunas de ellas. Para combatirlas, no es suficiente con generar anticuerpos,
ya que estos no pueden penetrar en el interior de las células y neutralizar a
las bacterias. Es necesario detectar a la célula infectada y matarla con las
bacterias que guarda dentro. Solo así puede mantenerse la infección a raya y lograr
finalmente eliminarla.
SORPRESA VITAMINADA
Para detectar a una célula infectada
por una bacteria es necesario poder diferenciarla de las que no están
infectadas. En otras palabras, es necesario detectar alguna característica que
la distinga de las demás. Esta característica, en el mundo de las células, solo
puede provenir de alguna molécula propia de las células infectadas, pero que no
se encuentre en las células sanas. Esta molécula, procedente necesariamente de
las bacterias, debe poder ser capturada por alguna molécula celular y ser presentada
en la superficie de las células infectadas para que los linfocitos la detecten.
¿Qué molécula podría ser? Este era el misterio que hasta ahora había tenido en
jaque a los inmunólogos.
Para averiguarlo, un numeroso grupo de
investigadores de varias universidades australianas decidieron estudiar por
métodos físico-químicos las propiedades de la molécula encargada de capturar
las moléculas bacterianas y presentarlas en la superficie de las células a los
linfocitos MAIT. Intentaron así averiguar qué clases de moléculas bacterianas
habían podido capturar dichas moléculas celulares.
Lo que han encontrado y demostrado sus
estudios, publicados en la revista Nature,
resulta sorprendente. Las moléculas bacterianas capturadas y presentadas en la
superficie de las células infectadas no son ni proteínas, ni lípidos, ni
azúcares. Se trata, nada menos, que de vitaminas de la clase B, o de sus
derivados, sintetizadas por las bacterias y que son necesarias para su
crecimiento y reproducción. Estas moléculas de vitaminas no se encuentran en la
superficie de las células sanas.
Todavía queda mucho que aprender sobre la
función de los linfocitos MAIT y sobre por qué su desarrollo es dependiente de
la flora intestinal. No obstante, este descubrimiento abre la puerta a nuevas
estrategias para el desarrollo de vacunas eficaces, que pueden necesitar no
solo de bacterias muertas o de sus componentes para estimular el sistema inmune
e inducir protección, sino también de las vitaminas que las bacterias vivas
producen, sin las cuales la estimulación del sistema inmune puede resultar defectuosa
e ineficaz. Esperemos que investigaciones futuras logren este fin.
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