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domingo, 7 de junio de 2020

El florido mordisco del abejorro

 

Nos hemos tal vez olvidado de él, debido a la pandemia de COVID-19, pero el grave problema del cambio climático sigue amenazando el futuro del planeta. Afortunadamente, la ciencia no se olvida de este problema y sigue intentando avanzar en su comprensión.
Un reciente descubrimiento nos revela ahora otro ejemplo de las complejas y profundas relaciones entre los organismos y el clima. El descubrimiento se produce por una cadena de acontecimientos iniciados por el cambio climático y sus consecuencias. Una de estas consecuencias, que todos hemos podido observar en los últimos años, es el desfase en el inicio de las estaciones, en particular en la primavera.
Aclaremos lo que esto significa. No solo se trata de que el inicio de la primavera u otras estaciones pueda adelantarse debido al calentamiento global, sino de que este adelantamiento no sucede del mismo modo para todas las especies de seres vivos. Por ejemplo, debido al calentamiento, la primavera puede comenzar antes para los insectos que para las plantas. Los primeros responden mucho más al cambio de temperatura que a otros cambios asociados al nacimiento de la primavera. Las segundas, en cambio, responden no solo al cambio de temperatura, sino al cambio en la exposición a la luz que conlleva el alargamiento de los días, y esta exposición no ha cambiado con el cambio climático.
Hasta que la longitud de los días no es la adecuada, muchas plantas no florecen. Sin embargo, algunos insectos, en particular los abejorros, pueden salir de su estado de hibernación espoleados por el cambio de temperatura para encontrarse en un entorno carente todavía de flores. Esto puede suponer un serio riesgo para la supervivencia de las colonias de estos inteligentes insectos.
No obstante, el desfase en el nacimiento de las estaciones no es solo un fenómeno propio de nuestros días. Seguramente, estos desfases han sucedido con alguna frecuencia en los millones de años de evolución conjunta que han sufrido insectos y plantas. Como es de esperar, aquellos individuos que hayan podido desarrollar estrategias para superar estos desfases y conseguir sobrevivir hasta qua las plantas generen flores, con su nutritivo néctar y polen, son los que habrán podido perdurar hasta hoy.
Las anteriores consideraciones sugieren que para llegar hasta nuestros días los abejorros han desarrollado durante su evolución estrategias para luchar contra el desfase de la primavera que ahora sucede con mayor frecuencia, pero que también sucedía en ocasiones en épocas anteriores. ¿En que pueden consistir estas estrategias? ¿Podrían los abejorros cambiar la base de su alimentación en espera de que las plantas produzcan flores?
La potencial respuesta a esta pregunta surgió tras un conjunto de observaciones de campo que pusieron de manifiesto un curioso comportamiento de los abejorros cuando las plantas todavía no habían generado flores. Estos se posaban sobre las hojas de estas plantas y, utilizando sus mandíbulas y probóscide, generaban una perforación de forma característica en ellas. Los abejorros solo tardaban unos pocos segundos en generar esa perforación, tras lo que partían volando.

Mas allá del agujero

¿Acaso los abejorros, en ausencia de flores, podían alimentarse de las hojas o de los jugos extraídos de ellas, hasta que las flores hicieran su aparición? Los expertos en abejorros (hay expertos para todo) no creyeron que esto fuera posible. Por el contario, algunos investigadores supusieron que este comportamiento tenía como finalidad generar un daño físico, un estrés, que aceleraba la generación de flores por las plantas mordisqueadas. Esta suposición se basaba en el hecho ya conocido de que el estrés acelera la producción de flores en muchas plantas, en un intento de estas de acelerar su reproducción antes de que la situación empeore aún más para ellas. Sin embargo, nadie había estudiado todavía si los mordiscos de los abejorros generaban el efecto acelerador en la floración que los investigadores suponían.
Para determinar si esto era lo que sucedía, investigadores franceses y suizos llevan a cabo una serie de experimentos en los que comparan el tiempo de floración de dos especies diferentes de plantas. A un grupo de ellas no se les infligió daño. Otro grupo fue dañado gracias a los mordiscos de los abejorros. Un tercer grupo fue dañado infligiendo, por medios mecánicos, cortes en las hojas similares a los cortes generados por los abejorros.
Los resultados de estos experimentos mostraron que el daño infligido por los abejorros mediante la generación de perforaciones en las hojas condujo a que las plantas florecieran mucho antes. Sin embargo, y sorprendentemente, los investigadores no pudieron reproducir los efectos estimulantes de la floración intentando imitar el daño generado por los abejorros por medios mecánicos. Esto indica que, además del mero corte en las hojas, algo más deben estar haciendo los abejorros para estimular la floración. Este “algo más” es, de momento, desconocido, pero podría tratarse de la inyección por los abejorros de alguna sustancia, o incluso de algún microorganismo, que sería lo que estimularía, en realidad, la floración. Conocer este punto puede ser muy importante para conseguir manipular la floración de las plantas cuando sea necesario.
El comportamiento de los abejorros y lo que consiguen hacer a las plantas para acelerar su floración no solo va en su propio beneficio, sino en beneficio de las propias plantas a las que dañan. Estas necesitan insectos polinizadores que, si mueren antes de que las plantas generen flores, también afectarán gravemente a la capacidad reproductiva de estas incluso si las generan más tarde. Vemos, una vez más, que los delicados equilibrios de la Naturaleza conducen a la generación a lo largo de la evolución de exquisitos mecanismos de supervivencia que pueden beneficiar a especies adicionales a la que pretende sobrevivir.
Referencia: Foteini G. Pashalidou et al. Bumble bees damage plant leaves and accelerate flower production when pollen is scarce. Science 22 MAY 2020 • VOL 368 ISSUE 6493, pag. 881
Jorge Laborda, 7 de junio de 2020

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