El castigo no es solo propio de nuestra especie
Crimen y castigo son dos constantes de la naturaleza social del ser humano que deben ser explicadas desde el punto de vista de la biología y la evolución de nuestra especie. Sin la amenaza de castigo, probablemente los crímenes y abusos serían mucho más frecuentes de lo que son. El temido castigo, penal o social, puede ayudar a mantener un ambiente de cooperación, dificultando que individuos egoístas se aprovechen de los demás, puesto que engañar o defraudar, sin mencionar crímenes más graves, normalmente conlleva un elevado coste.
El castigo no es solo propio de nuestra especie. Otros animales sociales castigan a sus semejantes cuando estos infringen sus normas sociales o no respetan las escalas de poder establecidas. Sin embargo, en general, estos castigos son infligidos por los propios individuos afectados por la conducta impropia de otros. No así en nuestra especie. En el caso humano, el castigo es infligido por terceras partes, por personas, como policías, fiscales y jueces, que no han sido afectadas personalmente por la violación de las leyes o normas que se haya producido. Este tipo de castigo, denominado “castigo a terceros”, es el que hace posible que la justicia se eleve por encima de la siempre salvaje venganza.
Muchas personas, en muchas culturas diferentes, se implican en castigar socialmente a terceros frente a violaciones de normas de conducta que no son penadas necesariamente por la ley, y esto a pesar de que ese comportamiento no les reporte beneficios directos, o incluso pueda acarrearles un coste personal, es decir, parece que la capacidad de juzgar y castigar a los demás, incluso cuando no somos directamente afectados por su mala conducta, es una propiedad humana independiente de la cultura. Podemos entonces preguntarnos: ¿Cuándo aparece esta propiedad durante nuestra evolución?
Para investigar la evolución de las características que nos hacen humanos, la ciencia suele volcarse en el estudio de las especies más cercanas a la nuestra e intentar averiguar si la propiedad humana objeto de estudio es compartida o no por ellas. Como sabemos, el chimpancé es la especie más próxima al ser humano, con la que poseemos un ancestro común. ¿Son capaces los chimpancés de castigar a los violadores de sus normas sociales aunque no sean personalmente afectados por dicha violación?
Este tema ha sido abordado por investigadores del Instituto Max Planck de Biología Evolutiva, localizado en Leipzig, Alemania. Los investigadores estudiaron el comportamiento de trece chimpancés, a los cuales hicieron tomar turnos como “jueces”, “ladrones” o “víctimas”. Los chimpancés fueron colocados, en tres jaulas que rodeaban un espacio central, de manera que podían verse pero no podían interaccionar directamente. En dicho espacio central se colocó un puzzle tridimensional de plexiglás transparente que debía ser manipulado de manera inteligente para extraer el recipiente con deliciosos alimentos que podía verse en su interior. La “víctima” era la única colocada a una distancia adecuada de dicho puzzle como para que pudiera manipularlo, abrirlo, y alcanzar el recipiente con la comida.

ROBOS SIN JUSTICIA
Los investigadores habían proporcionado al “ladrón” una cuerda de la que si tiraba, podía arrebatar a la “víctima” la comida una vez esta la había logrado extraer del recipiente con su esfuerzo e inteligencia. Igualmente, habían proporcionado al “juez” otra cuerda con la que podía impedir al “ladrón” alcanzar la comida robada (que desaparecería por un agujero del suelo), dejándolo con dos palmos de narices. De esta manera ninguno de los animales, tampoco el “juez”, podría disfrutar de la apetitosa comida.
En esta situación, el chimpancé “juez” no castigó al “ladrón”. Sin embargo, cuando el “juez” y la “víctima” eran el mismo chimpancé y este sufría el robo de la comida por parte de su compañero, entonces sí tiraba de la cuerda para hacer desaparecer la comida y castigar así al “ladrón”. En otras palabras, los chimpancés eran capaces de vengarse, pero no de impartir justicia. Estos estudios han sido publicados recientemente en la revista científica de la Academia Nacional de Ciencias estadounidense, PNAS.
La actitud de los chimpancés contrasta con lo que la mayoría de los humanos haríamos en una situación similar. Esta diferencia de comportamiento no es la única que existe entre chimpancés y humanos (menos mal). Otros estudios han comprobado que los niños son capaces de compartir alimentos mucho más fácilmente que lo hacen los chimpancés, los cuales también prefieren buscar alimento solos en lugar de en colaboración con otros. No obstante, los chimpancés sí son capaces de colaborar entre sí en determinadas circunstancias y parecen ser también capaces de inferir lo que el otro siente o desea, como lo hacemos nosotros.
De todos modos, estos estudios no demuestran fehacientemente que los chimpancés sean incapaces del sentimiento de justicia o de impartirla, ya que la ausencia de un comportamiento no permite concluir con la misma seguridad que lo hace su presencia. A fin de cuentas, muchos de nosotros tampoco castigamos siempre a quienes creemos que se lo merecen, sea por miedo, por pereza, por no complicarnos la vida, o por otros factores. Algo similar podría suceder con los chimpancés en la situación descrita arriba. Serán necesarios nuevos estudios para esclarecer si la justicia es un comportamiento puramente humano, aparecido en algún punto de nuestra evolución desde el ancestro común con el chimpancé o, por el contrario, la idea de justicia, como la capacidad de reconocer la música, es anterior a dicho momento de nuestra evolución.
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